No estás más loco que cualquiera.
<No estás más loco que cualquiera>
le dijo el perro al hombre, mientras fumaban sentados en la cornisa de un
edificio verde y húmedo.
<Soy un misántropo, un solitario,
no soporto a la gente. Es más, no me importaría que todos murieran ahogados en
su vómito ahora mismo> respondió el hombre al tiempo que emitía unas
lágrimas cínicas.
<No te culpo. Son ciegos idiotas, como
dioses conscientes de que no existen. Salen de la vagina de sus madres para
contar minutos y monedas, sabedores de su condición insignificante y efímera,
corretean su demencia a través del tiempo, inyectándose a cada paso, para
paliar su debilidad, dosis de simulacros y doctrina, de creencias y de razón.
Viven siempre mirando de soslayo y creen saberlo todo. Son animales tan ávidos
de dogmas, de seguridades, de paliativos, que van por ahí caminando gustosos hasta una meta que creen de
oro, pero al llegar lo único que encuentran es un agujero en la tierra con una
pesada piedra que lleva su nombre> replicó el perro al momento que
permanecía echado, sin moverse, en un ardiente olvido.
<¿Dices que la esperanza y la fe
son contrarias a la humanidad?> preguntó el hombre, que ahora arrojaba
sueños como flores desde la cornisa.
<¿Contrarias? Lo único que hacen
es secar su insolencia vital. Los hombres proyectan en sus Dioses su propia
palidez, impotencia y mediocridad y la imagen resultante es una farsa lejana y desteñida
a la que aman indebidamente y por la que están dispuestos a matar; porque,
obviamente, nada dice mejor “ámense los unos a los otros y “trata a tu prójimo
como quieres que te traten”, que un judío medio desnudo y sangrando clavado a
un pedazo de madera. La fe es una enfermedad de la mente que sólo se cura con
la muerte. Y la esperanza… no existe otra cosa que dañe tanto a los hombres
como la esperanza, los engaña, sin embargo no los deja, prolonga su estupidez y
sufrimiento y, aún cuando se aleja, permanecen sujetos a ella, como a los
restos de un naufragio que los hunde en una salvaje y punzante desesperación
muda que los muy cretinos llaman paciencia> contestó el perro, que se rascó
y tiró un poco de pelo erizado embotado de recuerdos e incomprensión ancestral.
<Olvidas el amor…> replicó el
hombre, mientras se empapaba el alma con una fuente cristalina, que llegó a su
corazón y lo empantanó.
<¿Amor? Sólo una breve y vana suspensión
de la incredulidad. Otro simulacro que los idiotas adoptan febrilmente. La idea
del amor es popular porque la estupidez es popular. Es una forma de autoengaño que
consiste sólo de secreciones y mucosidades de varios tipos, con las
consecuentes reacciones y alteraciones que acompañan esa transitoria tregua con
la realidad que es el placer. Si una vez superado ese golpe inicial, dejas que esa
parodia gastada te absorba y te trague, en algún momento te excretará. ¿Y sabes
en qué te convierte eso? En mierda. El único amor auténtico es el que se siente
por uno mismo. Nos enamoramos cuando nos hallamos a nosotros mismos en los
otros> respondió el perro, que escarbó en el suelo hasta llegar a la raíz de
las pasiones y las sacó a la superficie para que murieran expuestas al sol que
llevaba oculto en su interior.
<¿Y la palabra?> volvió a
preguntar el hombre, que transitaba palpitante entre el éxtasis y la distancia.
<La palabra es la memoria de las
cosas, es el triunfo de la abstracción sobre la razón, pero agoniza por olvido,
porque los hombres la transforman en creencia y la aclaman sólo en las
doctrinas y las ideologías. Ingenuos, han olvidado que los excesos en la ideas
son parientes de la inquisición> le respondió el perro con los ojos ajados
de tanto acariciar vaguedad, y se rehusó a arrojarse a otros regazos.
<¿Cómo puedo comprender entonces
qué soy y qué es el mundo?> preguntó finalmente el hombre, que ahora
maldecía la ofrenda del disimulo, mientras sus latidos serpenteaban en el
reflejo del desengaño.
<Para conocer la respuesta a esa
pregunta hay que matar el “yo” que existe en nosotros, Se debe romper el espejo
en el que se mira. Vivir absurdamente y arrojar tus perplejidades al espejo de
lo que crees ser, hasta que ya no encuentres tu imagen, sino la del Tiempo.
Derrúmbate en ti mismo con tal fuerza que tus vacilaciones e incertidumbres
fracturen y quebranten otros espejos, hasta que éstos dejen de multiplicar a
los hombres, y el único reflejo que devuelvan sea el de la desesperanza y el desencanto.
Y cuando no quede más que condensados pedazos de luz donde una vez hubo
espejismos de hombres, únelos y escribe una comedia sobre la humanidad. Sólo
así comprenderás qué eres y qué es el mundo> concluyó el perro, que honrando
un lejano juramento, se precipitó fugaz, como el deseo, hacia la eterna herida
viva de la conciencia.
Y cuando el hombre terminó de
escribir la comedia, la llamó “Historia” y la ocultó en el cielo, para que se
encuentren en los cometas y galaxias los insolentes cada vez levanten la
mirada; y también bajos sus pies, para que el agotado y claudicante cuya mirado
sólo tropieza con guijarros y polvo, no extravíe el camino a su origen.
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